viernes, 16 de mayo de 2008

Elogio de la mortalidad

El sexo está íntimamente relacionado con la muerte, Cacho. Esto es algo que no nos gusta pensar pero es así, si no ¿para qué cuernos serviría la reproducción, eh, ¿me querés decir? Más aún te digo, hermano, si fuéramos inmortales y, al mismo tiempo, mantuviéramos la capacidad de reproducirnos ¿dónde carajo nos meteríamos, eh? No habría planeta que aguante, qué digo planeta, ni siquiera habría universo que aguante, otra que universos paralelos, cuarta dimensión ni qué ocho cuartos. Ahora anda circulando una fábula de la inmortalidad que algunos pelotudos, esos, no sé si vos los conocés, los de la secta vegetariana de los Perennes, andan repitiendo por ahí: los organismos unicelulares que se reproducen por división simple no dejan restos mortales, dicen, como si hubieran descubierto la pólvora, fijate vos. Volvamos a la simplicidad de la célula única, muerte al colonialismo de los multicelulares, viva la inmortalidad, repiten enajenados. Pero, digo yo Cacho, no sé, a lo mejor peco de ingenuo, pero ¿por eso son inmortales? Bueno, está bien, te lo concedo, ponele que lo sean, pero, aún en ese caso ¿quién va a ser el boludo que quiera ser una ameba, me querés explicar, hermano? Dónde quedaría nuestro bienamado erotismo, dónde los besos, dónde la primera mamada en la teta de nuestra madre, dónde la primera franela adolescente en algún zaguán ignoto (o dónde sea que a cada uno le toque tener esta experiencia, de acuerdo a la generación a la que pertenezca), dónde se meterían los mecánicos las fotos de minas en bolas que cuelgan en las paredes de los talleres, ¿eh? Dónde, me querés decir. No Cacho, a mí dejame con la vida finita. Finita porque tiene fin, pelotudo, no porque sea delgadita, a la vida yo la quiero bien gorda, voraz, insaciable, pantagruélica, nada de dietética, bulímica ni, mucho menos, anoréxica. Así que, ojo Cacho, mirá que andan sueltos y haciendo promesas fáciles, no te dejés engañar, macho.